miércoles, 11 de diciembre de 2013

A Mario Nandayapa

Hablar de Mario Artemio Aguilar Nandayapa, mejor conocido en el mundo literario como Mario Nandayapa, es hablar de poesía, de libros, de investigaciones, de reconocimientos, de enseñanza, pero también es hablar del ser humano jovial, sincero, alegre, con un gran sentido de responsabilidad y espíritu de competencia; es hablar del amigo que en cada conversación sostenida te instruye algo nuevo, te motiva y te inyecta deseos de superación.
Tuve la fortuna de conocerlo allá por el año del 2002 en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), primero por una cuestión filial, nuestro gusto por la música y los libros y después por una cuestión escolar, puesto que fue mi maestro en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la materia Lengua y Literatura Hispanoamericana; lo cual hizo que mantuviera lazos fuertes de amistad con él, aunado a que los libros, los discos y las pláticas que me brindaba hicieron de mi un mejor profesional y un excelente ser humano.
Admito que al momento de conocerlo pensé que era un maestro igual que el resto, de la medianía, al que no podrías aprenderle mucho pero la cercanía con él me hizo ponerlo como uno de los mejores maestros de mi vida; posteriormente supe que era escritor e investigador de libros como Caluca, La Catedral del Abismo, Estar siempre de Camino, entre otros títulos más; lo cual fincaron mi admiración y respeto en su persona.
Pero lo que realmente hizo que mantuviera un lazo aún más fuerte, después de egresar de la universidad, es nuestro contexto geográfico en el que nacimos y que gracias a él aprendí, y es que tanto su pueblo natal Chiapa de Corzo como el mío Acala pertenecen a la cultura de Los Chiapanecas, olvidada tanto por originarios del lugar como del resto del estado de Chiapas; esta cultura que sigue firme en esta región comprendida en la depresión central de Chiapas, área geográfica más importante en todos los términos, cuya zona etnolingüística está conformada por los pueblos de Chiapa de Corzo y Acala, entre otros más.
Es este aprendizaje de saber de dónde soy y de dónde se originan tradiciones indelebles como los Parachicos y La Traída de la Flor de Niluyarilo, lo que me motivó a escribir un libro acerca del rito de la flor para que mi pueblo y la cultura de Los Chiapanecas a la que pertenezco, no permanezca en el olvido a nivel estatal y nacional.
Esto sin duda, no pudo haber pasado si no es por la ilustración que me ha brindado el doctor Mario Nandayapa, quien si su enseñanza difícilmente me hubiera motivado a escribir un libro que próximamente está por publicarse a través de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH) y que tiene por título “Hombres de la Flor”, Ensayo sobre la Traída de la Flor de Niluyarilo en Acala, Chiapas.
He de mencionar que cada acto que hago en la cuestión cultural de Los Chiapanecas, siempre está asesorado por el doctor Mario, a quien le debo tanto saber de mis orígenes y tener los conocimientos necesarios para desempeñarme profesionalmente. El Doctor Mario Nandayapa antes de ser mi amigo es un gran poeta, escritor e investigador, que le ha servido para ser acreedor de múltiples reconocimientos y premios, los cuales cada día me sorprenden más y me sirven como motivación para algún día tratar de ser como él o al menos tratar de emular la mitad de lo que ha hecho.
Espero que me siga sorprendiendo con sus premios para que me motive a escribir otros libros “mientras esto sucede un pájaro que no conoce de los límites, canta a mitad del día y lo reinventa… el guerrero chiapaneca, ha despertado…”
Lauro Alberto Victoria Coello
Diciembre del 2013




domingo, 8 de diciembre de 2013

LA REINA DE LAS CANICAS

“El medio mejor para hacer buenos a los niños,
es hacerlos felices”. Oscar Wilde

Canicas, hoyos, tierra, manos sucias, pies descalzos, ropa desgastada, inocencia humilde, hermosas y grandes sonrisas. Son sólo 7 jugadores más una hermosa Reina, nadie pierde, todos ganan, están juntos, se divierten siempre; a uno le dicen “El Meco” que tiene la ventaja de ser el hermano de la rubia Reina, a otro le dicen “El Chiniji”, quizás porque le falta un diente, uno más responde al apodo del “Piojo” mientras se rasca la cabeza, otro le apodan “El Abuelo” que contrasta con su joven mirada, la Reina no tiene nombre sólo esboza que se llama “La Güera” y es la mujercita que detiene el juego cuando ella quiere, es la mujer pues, sabe mandar.

“La Güera” no tiene idea de lo que se trata el juego pero tiene su canica, está convencida que de lo único que se trata es exponer su belleza ante tanto hombrecito que desean quizás robarle un beso mientras avienta de manera arbitraria su canica. “Chiras, Pelas” dice “El Pelón” como una manera de infundirle miedo que si su canica rebota en otra seguramente la perderá, pero a la Reina le da igual, ya se ganó todas las canicas con una sola mirada y cuando sonríe pulveriza las canicas como lo hace con las estrellas.

Yo sólo observo a mis nuevos amigos, soy el niño que tiene barba y no trajo canicas pero ellos ya me abrieron sus corazones para compartir en el espacio de todas las tardes. Los miro y sonrío junto a ellos mientras miles de ideas se vienen a mi cabeza que hubiera sido si trajese mi canica, ¡qué tonto soy las perdí hace 20 años cuando mi hermano partía!, no importa estoy aprendiendo a jugar de nuevo. En este juego no hay cabida para Enrique Peña Nieto, Manuel Velasco o Dagoberto, presidente del espacio geográfico en el que estos niños han nacido; no, no hay ningún lugar, todos ellos están más preocupados en la celebración de la navidad y del dizque próspero año nuevo.

No importa, hay que seguir jugando; una canica rebota en mi pie y uno que le dicen “El Chueco” me dice que me toca tirar, tomo la canica y lo aviento como lo hace la Reina, al “hay se va”, no atino ni pego a otra canica y las sonrisas son colectivas, al menos he logrado que se pongan felices; en la mirada de uno de ellos puedo ver que piensa que “este peludo no sabe jugar” y le digo que regresare en otra tarde para perfeccionar la técnica.

“No te vayas a olvidar de darme mi foto” dice uno que le dicen “El Vago”, es el experto en al arte de jugar a las canicas y el que lleva en su bolsa izquierda las canicas ganadas de esta hermosa tarde, en esa misma bolsa se lleva mi alma junto a mi mente y no espero que me la regrese, solamente quiero vivir una tarde más, una tarde más al lado de mis nuevos compañeros de infancia.

Las canicas son brillantes al igual que el atardecer junto a ellos, no tienen dinero ni mucho menos zapatos pero tienen manos que rasgan los cielos e invitan a que Dios se quede a jugar con nosotros. La Reina es una coqueta que se ha cansado de este masculino juego y desea jugar a las muñecas, me seduce su manera de hablarme y me invita a jugar con ella, el problema es que ella no tiene muñecas, dice que Santa Clos no llegó a su casa el año pasado; ni modos “Güera” ya será para a otra ocasión, pero es una mujercita tenaz que ya ha tocado mi mano y al momento de hacerlo mi alma se quemó con ella, no puedo negarme, inventaremos otro juego en el que ella sea la Reina que vive en un palacio construido con el barro que desprende sus pies y yo seré el plebeyo que la conquiste con un puñado de canicas, total somos los únicos que no sabemos jugar y aprenderemos juntos…